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miércoles, 14 de noviembre de 2012

ELLA


por Rodrigo Álvarez

autor del libro "Isla de edición" (Editorial Paradiso).

   Al igual que sucede con ciertas fantasías, de tan repetidas, algunas palabras pierden eficacia. Si además son empleadas para referir lo mismo siempre, devienen en tragicómicas sin por ello dejar de acarrear un sinfín de lecturas posibles.

   Es lo que sucede hoy por estos lares cuando los que se sienten especialmente perjudicados por el modelo populista, ventilan su sofoco con un variopinto abanico de calificativos, siempre dirigidos hacia la que identifican como causante de todos los males de este mundo:
la botóxica,
la Señora,
la montonera,
la subversiva,
la chorra,
la corrupta.

La lista podría extenderse varios renglones más, pero por lejos el calificativo más repetido; el más leído en blogs, facebooks y twitters opositores al Gobierno; el más proferido en los piquetes rurales de ayer y en los nada espontáneos cacerolazos de hoy y el que, aunque escrito con potásica inicial “k”, da calambres escuchar, es: konchuda.
Aumentativo de “concha” –vagina, en argentino vulgar– que en estos años, con metonímica insistencia es utilizado para aludir a la Presidenta de los argentinos. Denotativo del estado de exasperación que se apodera de refinadas señoras y atildados señores, siempre quejosos ante los múltiples pares de zapatos Louboutin; el arsenal de carteras francesas; lo prolongado en el tiempo del atuendo luctuoso; o la millonaria cuenta bancaria que ostenta la mandataria, camuflando así la verdadera causa de su crispada intolerancia: un gobierno decidido a afectar intereses de minorías privilegiadas en beneficio de una inmensa mayoría por mucho tiempo abandonada a su suerte.

Pero no es cuestión de espantarse cual monaguillos por tan burdo agravio. Acaso el konchuda, no sea tan dañino, ni tan agresivo, como el uso no menos abusivo de la tercera persona del singular para referirse a la investidura presidencial. Máxime cuando en la mayoría de los casos ese denostador ella, viene acompañado del pronombre personal que designa la tercera persona del plural.

Ella, ellos, automáticamente posiciona a quienes así se expresan en un nosotros elitista, libre de toda mácula, desde donde con un dedo acusador se señalan y condenan todos y cada uno de los actos de ese ellos conducido, “subsidiado”, apañado por Ella. De este modo los fundamentalistas del egoísmo separatista no hacen más que promover y exacerbar una polarización, una fragmentación de la sociedad de la que paradójicamente se acusa también a, Ella.

Nada de original tiene ese nosotros, históricamente rabioso toda vez que se vio amenazado por el ascenso en la pirámide social de los estratos más bajos, por tener que convivir y compartir riqueza con tanto morocho. Nada novedosa la ira indisimulada que genera el que ahora ellos puedan acceder, tener derecho, a lo que se entendía era solo para ese nosotros. Imperdonable lo que propicia Ella. Una reverenda konchuda.

Si bien la rabia es contagiosa, y los medios de divulgación con más poder de penetración favorecen e incentivan su propagación, el gobierno parece, al menos por ahora, estar abastecido de vacunas.  De este hidrofóbico mal, sin embargo, sólo está afectado un porcentaje menor de la fauna autóctona; el resto, el aluvión zoológico, mayoritario, apoya y defiende el conjunto de leyes venidas a regular la selva, paridas por la voluntad y decisión política de la que muchos de ellos definen como portadora de unos ovarios de aquellos, de algún modo percibida por estos mismos casi como un pubis angelical

que supo alumbrar políticas a favor de los desangelados de siempre. En ello estriba su konchudez irritante y provocadora. No obstante no sería extraño suponer que en lo más profundo de la aversión visceral que exhibe ese konchuda, se esconda algo de envidia admirativa.

   Un sucinto relevamiento topográfico de nuestra historia reciente evidencia dos quiebres, dos hendiduras, dos grietas, dos momentos bisagra destinatarios ambos del mismo odio irrefrenable: 1945, 2003. Aunque adaptado el guión, la película pareciera repetirse. Y tal como sucediera aquella vez, también hoy, en el papel protagónico, una fémina amada por sus seguidores, odiada sin límite alguno por sus detractores.

   Ambas, a su tiempo, retrucando aquello de que “detrás de todo gran hombre, siempre hay una gran mujer”, abandonan el clásico rol secundario y pasan al frente. Gesto condenable el de Ellas, tanto para las aristocráticas damas caritativas de otrora, como para las embrutecidas tilingas de nuestro presente. Condenable también para acaudalados señores patricios y resentidos varones clasemedieros siempre enfermos por “pertenecer”, el gesto de mujeres como éstas, quebrantadoras de una tradición patriarcal, machista y segregadora, que con su accionar insurrecto ponen en cuestión todo un orden social injusto.

  Si una virtud tiene la renovada manifestación de odio de ese nosotros, ciego, sordo y mudo durante décadas en las que se vio favorecido por los desgobiernos de turno, es la de confirmar el carácter acertado, justo y reparador de muchas de las políticas implementadas por el actual gobierno, continuador del modelo iniciado allá por el 2003. Basta ver de qué engoriladas bocas brota el konchuda, para coincidir con lo que ante circunstancias similares escribiera Eva Perón en La razón de mi vida: “No importa que ladren. ¡Lo malo sería que nos aplaudiesen!”


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